Para cuando no haya

3, 2, 1! El salto fue impecable, entró en el agua con infinita perfección. Había seis chicos más, siete calles en total y todos de siete años pero Rosario sólo tenía ojos para Fernando. Ella le había regalado ese gorro, el que llevaba para la competición, a ella le encanta el pelo de Fernando, un rubio dorado precioso y el gorro era transparente para que se vieran sus rizos y resaltara más el color de sus ojos que se confundían con el agua, pero ahora sus rizos estaban en la escoba de Matías. A Matías tampoco le hizo gracia pelarle, como a Rosario, pero Fernando prefería estar más cómodo, sobre todo a la hora de nadar.

-Fernando, hazle caso a tu abuela, tu pelo es tan bonito que no se merecen estas tijeras. El de tu abuelo y tu padre nada tienen que ver con el tuyo. ¿Verdad Rosario?

-Verdad Matías, mi nieto tiene el pelo de oro, como el de su madre (le enseña la foto de comunión de su hija que lleva en la cartera) pero tampoco tendremos comunión para comprobarlo porque Fernando desde pequeño dice que no va a hacer la primera Comunión, «eso lo hacen los niños para los regalitos» así que… (ríen Matías y Rosario)…fuera rizos!

Desde las gradas, aunque sin rizos, aquella cabecita era la Fernando. Desde que su madre se fue, la que iba a cada entrenamiento era Rosario, entendía lo importante que era para Fernando no faltar a natación adaptada, cada entrenamiento era un progreso o al menos, no un retroceso.

Fernando volvió a quedar el tercero como en la última competición. Era exigente consigo mismo. Todo el camino hasta casa con su abuela fue quejándose por no haber llegado antes. Y Rosario siempre decía, -eso es porque tienes que comer más garbanzos y menos papas fritas con huevo, te hace falta chicha!-.

Cuando llegaba a casa iba directo a su habitación, pulsaba el botón rojo de la regleta y conectaba el ordenador y los veinte mil cacharros que tenía en esa mesa abarrotada de lucecitas. Eran las 17’30h, pronto vería a mamá, lo que más deseaba en el día. Juntos se iban a llevar seguro una hora o más. El nuevo juego que Carmen tenía a punto de lanzar estaba siendo apasionante, a Fernando le flipaban la calidad de las imágenes, los efectos especiales, los personajes, sus diseños, el vestuario y la calidad y dificultad para superar las pruebas…una obra maestra. Él era el fan número uno de su madre, comprendía realmente el valor del trabajo de su madre, perdonaba las ausencias, él quería ser de mayor lo que ella. Carmen estaba siempre ahí, aunque fuera al otro lado de la pantalla. Pasaban mucho tiempo sin el calor de los besos y el sentir de las caricias pero se amaban igual y cuando Carmen volvía de sus viajes, se abrazaban, besaban, tocaban…guardando, «para cuando no haya».

Aunque tu no lo sepas

Todas las cosas juntas, la cobardía, el sueño, la nostalgia, lo que vuelve a la orilla después de los naufragios y no la oscuridad, sino esas horas que convierten las calles en decorados públicos para el privado amor sobre el cristal celeste de los escaparates.

Sólo la lluvia olvida mentiras de charol sobre las calles y un amor diminuto en cada esquina para el labio que aprende su canción.

Como el primer cigarro, los primeros abrazos. Tú tenías una pequeña estrella de papel brillante sobre el pómulo y ocupabas la escena marginal donde las fiestas juntan la soledad, la música o el deseo apacible de un regreso en común, casi siempre más tarde. Noches de rock, sin prisas, a las afueras, y un patio oscuro donde maduran los deseos, donde las cazadoras de cuero se confunden al olor de la vida. Sentir sobre el escote cómo arden los focos…dos minutos ahora para salir a escena. Aunque tu no lo sepas, no es el amor quien habla, soy yo que necesito vivir en la distancia de tu nombre, para saber que existes, para saber que existes, aunque sea tan lejos.

Porque sé que los sueños se corrompen he dejado los sueños. Allí, rozados por el agua.

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Un texto creado a partir de fragmentos de estos poemas de Luis García Montero: LOS AUTOMÓVILES, PARA PONERNOS NOMBRE (1941), (Diario cómplice. Libro I. III, XVI) «El insomnio de Jovellanos», NUEVO CANTO A TERESA

Iguales

Como gemelos de una camisa.
Como renglones de un cuaderno de rayas.
Como camisa de mil rayas.
Como bastoncillos de las orejas.
Como cacas de palomas.
Como soldados de la guardia real británica.
Como dos gotas de agua.
Como las estampitas del sagrado corazón de Jesús que repartían de pequeñas a sus familias, iguales. Iguales eran las clases, las pizarras, las puertas, las faldas de verano y los pichis de invierno, los mocasines azul marino, los crucifijos en las paredes, los cuadros del rey, las ventanas… pero no lo que por ellas se veía. Tras esas ventanas podía imaginarse, qué estaría haciendo el hermano de María García, su clase estaba en el colegio de enfrente y la clase de Sergio coincidía en altura con la suya. Por la ventana volaban los avioncitos papel con notitas, muchas veces fueron pillados por las maestras y muchas veces firmaron quejas al ayuntamiento por disponer tan cerca, un colegio de niños de otro de niñas. No se consiguió nunca nada y para el colegio, es una desgracia, porque así, lo único que se consigue es que un niño y una niña acaben jugando juntos al salir del cole, que mezclen gustos, opinen sobre un mismo tema y puedan llegar a pensar que el ser humano tenga capacidad de decisión sobre lo que quiera ser, sin necesariamente ser, políticamente correcto.
Hay un oscuro surco en el camino y es el rastro que ha dejado la historia de nuestra educación cristiana, los niños con los niños y las niñas con las niñas y todo lo que ello conlleva. Menos mal que eso fue antes, que hemos evolucionado y eso ya no sucede, no?

Y sonó la campana…

  • Este señor, que aquí os presento, se inventó aquello de…«que miente más que parpadea…», «tú lo que quieres es que te coma el tigre» … hasta el momento todo había sido un «sube que te llevo»  y ahora le nombran guionista de un programa televisivo de monólogos, su chascarrillo interno no es el mismo. Quedarse en blanco en directo y perderse en el plató ha bastado para que le propongan pasar al equipo de redacción, junto a tres jóvenes, tres jóvenes y un carca, él, un carca con talento pero…un carca, al fin y al cabo. Antes, nunca se hubiera quedado callado, se habría inventado cualquier cosa para salir del paso, y con brillantez, pero quedaban atrás esos momentos, en los que Anibal recibía un gran aplauso cuando llegaba su asalto, con todo preparado, un cuadrilátero en el plató, los focos, su entrenador…a propósito, ¿A quién entrenaría ahora su entrenador, Max? Daisy lo recoge como cada día de casa para ir al plató, hoy va directamente a las oficinas de la primera planta, junto a la mesa de reuniones hay un ventanal que da al plató, se sienta para su primera reunión como guionista, guionista a sus 71 años; exponen la temática y hay unos minutos de silencio, los jóvenes no se atreven a aportar nada, están fascinados con la presencia de Anibal, quien se pone en pie y mientras observa la escena del ring por el ventanal, dice:  «y sonó la campana, y decido que, entre claudicar y soñar, prefiero seguir soñando a ser un viejo que trata de ser cuerdo. Ese muchacho al que Max acerca al ring, voy a ser yo, me voy a hacer a mi medida, vuelvo a los 24, ¿Quién dijo miedo? Y cuando no me acuerde de dónde estoy, por favor, que suene la campana. Espero que me tengáis paciencia y que seáis geniales para poder disfrutar de vuestra creatividad hasta el fin de mi memoria». -Maestro, no diga eso, usted tiene más que aportar que ninguno de los que estamos aquí. -Y dónde estamos, niñita? El compañero hizo sonar la campana.