Hizo falta dieciséis años y una endodoncia para entender que el primer beso está sobrevalorado. No supo renunciar al encuentro después de que le dieran cita en el dentista para aquél mismo día, fecha que tenía marcada en su calendario con un corazón del que salían chiribitas, las mismas que salían de sus ojos desde que entró en ese estado de sonrisa permanente, de levitadas caminadas y agilidad chisposa.
Hora de la cita dental, 18’30h. Hora de la cita del deseo, 20h. Duración de la endodoncia, una hora. Inyecciones de anestesia, tres. Posibilidad de hablar sin que la boca se le torciera, cero. Sensibilidad en el lado izquierdo y parte del derecho de su boca, nula.
Demasiado tarde para llamar y decirle que no iba a ser posible, pero lo iba a hacer, prefería cancelar la cita a estar aparentando que no sucedía nada cuando, al hablar con la enfermera, parecía que se hubiera tomado más de tres tequilas.
Salió de la consulta con su carpeta de apuntes de química y varios libros que había sacado de la biblioteca. Todo se le cayó al suelo, cuando lo recogió, se levantó y, no podía ser verdad, él estaba delante de ella, muy cerca, y mientras ella secaba con su mano la comisura de los labios llenos de saliva, él la besó. Le pareció eterno, no sintió nada, tan sólo una incómoda sensación que hasta hoy, recuerda como el peor beso de su vida. Afortunadamente, quedaban muchos más por llegar.